jueves, 27 de marzo de 2014

Ex Convento de Santo Domingo de Guzmán en Izúcar de Matamoros

Algunos datos históricos del Templo de Santo Domingo
El proceso de construcción del Ex convento de Santo Domingo de Guzmán inició en el mes de marzo del año 1552, proceso dirigido por el dominico Fray Juan de la Cruz y fue terminado en su totalidad en el año 1612, pero desde el 1575 ya había sido abierto al público.
Este templo es el más antiguo que existe actualmente en Izúcar de Matamoros y las poblaciones vecinas.
El material utilizado para su edificación son piedras, las cuales eran transportadas por los pobladores desde los ríos o canteras de la región, y una mezcla denominada argamasa, la cual se componía de huevos de ave crudos, nopales, cal molida, arena, jugo de nopal y agua, pues en ese entonces aún no se conocía el cemento. Se cuenta que los frailes dominicos pedían como limosna a los feligreses algunos de estos elementos de la mezcla.  Las personas que participaban en este proceso no recibían paga alguna.
La mayoría de las construcciones de las diferentes órdenes religiosas en el territorio mexicano eran edificadas sobre templos prehispánicos, lo cual hace pensar en la posibilidad de que el Ex Convento de Santo Domingo de Guzmán fue construido sobre alguna pirámide.
Los retablos del interior del Templo fueron hechos a mano con madera de cedro tallada y estofada de oro, obra de los artesanos de la época.
De todos los ex conventos construidos en México en esa época, el de Santo Domingo es uno de los pocos que hasta nuestros días se encuentra en buenas condiciones.
Un día obscuro
El día 28 de diciembre de 1939, el Ex convento de Santo Domingo de Guzmán sufrió un incendio que casi lo destruyó por completo.
Se cuenta que en aquel día, las campanas del Templo comenzaron alertar a la población, la cual acudió para darse cuenta de lo que sucedía. Al llegar al lugar no podían creer lo que observaban, el Templo que con tanto orgullo habían construido estaba siendo consumido por el fuego.
El siniestro había iniciado en el Altar Mayor y se propagó por los retablos y el Sagrario.
Rápidamente una multitud de personas se reunieron para intentar sofocar al fuego, formando una cadena humana desde la acequia que se encontraba a las orillas del terreno del Ex Convento y con cubetas en mano acarrearon agua con la esperanza de rescatar lo que quedaba de su edificio.
Entre las esculturas que se consumieron por el fuego se encontraba una imagen de Santo Domingo tallada a mano en madera de cedro, los pobladores lograron rescatar algunas esculturas y pinturas.
Al final llegaron los bomberos de la ciudad de Puebla, quienes se encargaron de sofocar por completo el siniestro.
Tiempo después, a la llegada del Párroco Arturo Márquez Aguilar, se iniciaron los trabajos de reconstrucción del Ex convento de Santo Domingo de Guzmán.
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EL TÚNEL DE SANTO DOMINGO
Emilio Velazco Gamboa
En tiempos de la colonia, los ministros de la Santa Iglesia en México realizaron la construcción de dos importantes sedes para evangelizar el valle de Itzocan –que actualmente es la región de Izúcar de Matamoros, al sur del Estado de Puebla: el del Apóstol Santiago y el de Santo Domingo, que originalmente era un convento. En torno a ambos hay muy hermosas y prodigiosas historias. La presente es sólo una de ellas, y ocurrió allá por los años transcurridos entre los de la Revolución Mexicana y los que se vivieron agitados por la Guerra Cristera.
Cuenta mi abuelita que doña Antonia Vergara era la esposa del sacristán del templo, don José Morales, quien, el día que ocurre el prodigio que hoy les cuento, había salido desde muy temprano a atender diversos encargos del señor cura. Cuando esto ocurría, Antonia, que cotidianamente se hacía cargo de la limpieza general, también tenía que dar las campanadas de las doce del día y de las tres de la tarde, pues regularmente don José solía llegar a eso de las seis.
Así, aquella mañana, la buena mujer se entregó a sus tareas, y en el cuarto donde se guardaban los candelabros, los floreros –por cierto, había ido a traer unos para ponerlos en el altar– y otros artículos del templo, vio una laja que había en dicho cuarto. Y aunque siempre estuvo ahí, nunca le llamó la atención como aquel día. Sin pensarlo, se acercó movida por la curiosidad y la levantó tomándola por la argolla.
Para su sorpresa, descubrió que, pese a ser de piedra maciza, no pesaba mucho. Además, era la entrada a lo que parecía ser otro cuarto, pues había una escalera que descendía hacia él. Pero más aún se sorprendió cuando vio que la escalera llevaba a un túnel, y supo que lo era porque una luz blanquecina pero suficiente alumbraba el camino que parecía extenderse bastante.
Así, empezó a andar el túnel en cuestión tras confirmar que la luz, llegada quién sabe de dónde, le permitía ver cosas impresionantes. Por ejemplo, había flores y pasto, pero también osamentas con armaduras españolas –¿serían acaso guardianes a los que nadie vino a relevar jamás de su encargo?, pensó la mujer–. Algunas otras osamentas estaban ataviadas con cadenas de oro y joyas, y conforme más avanzaba, más tesoros descubría. No obstante, respetuosa, no tocó nada. Simplemente veía y caminaba.
Así, Antonia caminó durante un rato, y aunque sabía que el tiempo corría, desestimó la hora pensando que no llevaba mucho ahí. Y como había entrado a eso de las ocho de la mañana, pensó que seguramente ya sería la hora de dar la primera serie de campanadas –las del medio día– que le correspondían cuando su marido se ausentaba, por lo que emprendió el camino de regreso. El túnel, empero, no terminaba ahí: es más, parecía no tener fin, y las riquezas y las osamentas se extendían a sus costados junto con las flores y el pasto.
Cuando estaba a punto de salir escuchó el tañido de la campana y, preocupada, pensó que serían –sin duda– las doce con minutos, pero agradeció que alguien hubiera llegado a dar la llamada del medio día. Sin embargo, la luz era más tenue que cuando bajó por la misteriosa escalera, por lo que creyó que tal vez serían las tres y su marido habría llegado más temprano que de costumbre. Le extrañaba, eso sí, no haber escuchado el primer llamado. ¿Acaso habría recorrido más camino del que creía?
En fin, que al salir vio –efectivamente– a su marido jalar la cuerda que
–a su vez– tiraba del badajo de la campana. Tratando de no llamar mucho la atención con su expresión de sorpresa, se acercó a él y le preguntó si estaría dando el toque de doce o el de tres, pero abrió los ojos como platos al enterarse de que don José estaba llamando a la oración de las seis de la tarde, como se acostumbraba en aquellos tiempos para que la gente, en sus casas o en el templo, rezara el Sagrado Rosario.
Sorprendido y preocupado pero tolerante –pues Antonia no era una mujer dada al chismorreo y, en cambio, era responsable con sus obligaciones–, su marido le preguntó que dónde había estado todo el día. La buena mujer le contó todo aquello que había visto así como la ruta recorrida, misma en la que había perdido la noción del tiempo.
Al ver en el rostro de don José la incredulidad retratada, Antonia lo llevó al cuartito aquel y –para sorpresa de éste– levantó la laja, que suele ser, como ya se dijo, de piedra maciza y, por tanto, demasiado pesada incluso para las fuerzas de un varón de buena constitución física. Pero ya empezaba a oscurecer debido a la hora que era, y el túnel no se veía más iluminado, por lo que no bajó a inspeccionarlo.
Finalmente, el matrimonio bajó la laja, misma que no se volvería a abrir jamás. No obstante, el misterio reside en que ése túnel parece ser parte de una red subterránea que nadie sabe cuándo o cómo fue construida, pero que en la época de la Revolución se usó para esconder a las mujeres del pueblo cada vez que las huestes armadas de uno y de otro caudillo se apostaban en Izúcar, evitando así que trataran de mancillarlas. Ése es el misterio, pues al parecer doña Antonia no lo sabía.
Otras personas cuentan que el túnel de Santo Domingo va a dar al Templo de Santiaguito, y que en otro tramo llega hasta la Iglesia del Calvario que está ubicada en el cerro del mismo nombre, donde –por cierto– está la antigua estación del tren. Hay otras gentes que afirman que los túneles llegan hasta Raboso, pero nada de esto ha sido comprobado, o al menos, no revelado públicamente.
Sin embargo, subsiste la leyenda, misma que se ha ido conservando pese al tiempo, mostrándonos que, aún ante el arca abierta –y no cualquier arca, sino verdaderos tesoros como los que vio doña Antonia–, es mentira que el justo peca.
Mientras tanto, las calaveras que vio la señora Vergara de Morales, continúan cuidando esas riquezas míticas y caminos de misterio que, cuenta la conseja, se abren paso bajo mi Patria Chica, aquella que la excepcional escritora Josefina Esparza Soriano definiera así, dándole no sólo una descripción sino el mejor marco:
Izúcar la cálida, la Heroica ciudad, puede agregar un adjetivo más a su nombre: Legendaria…

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